Tras haber estado la semana pasada al borde la muerte –ejem, vale, en realidad con lo que vino a ser un catarrazo infernal- vuelvo a escribir. Con dudas. En la última entrada contaba que había conseguido hacer “algo” que no sabía hacer. Eso ocurrió un miércoles. El jueves me levanté dándole vueltas a cuanto me duraría esta vez esa sensación de felicidad y el viernes comprobaba que ya no quedaba gran cosa. No puedo seguir en ese plan. Me he pasado estos cuarenta años quemando esos instantes. Otras personas viven de haber conseguido uno de ellos toda su vida. Y yo los olvido prácticamente en el momento en que han tenido lugar. Pero es que además no solo es eso. Quizás si eres alguien que no me conozca de hace demasiado no puedas saberlo, pero he llegado hasta ti en ese movimiento perpetuo de avance que no sé si quiero parar. Y en ese avance llego alejándome a su vez de otras personas, otros momentos y otras situaciones. De las que una vez estuve tan cerca como ahora lo pueda estar de ti. En realidad creo que todo lo que hacemos, todo lo que pensamos, se traduce finalmente en una variante de esa situación. Por ejemplo ¿qué a mi madre le haya puesto whatsapp la aleja o la acerca de mi padre que no lo utiliza? ¿qué este a años luz de lo que sabía el año pasado qué crees que hace que ocurra respecto a ti? ¿debemos renunciar o debemos continuar? Al final para todos se trata de eso. A mi hasta ahora saberlo me ha tirado de un pie. Voy a tratar de equilibrar el asunto para lo que me queda por delante. Así que recuerda esto y trata de no olvidarlo: si hay algo que deseas continuar haciendo y te aleja de otra cosa que no quieres perder, tendrás que equilibrarlo haciendo algo, al menos, que te acerqué. No hay más.