Hoy he oído a alguien utilizar una frase de José Ortega y Gasset. Si, esa en la que estáis pensando: «Yo soy yo y mi circunstancia» -en realidad, como muchos sabéis, tiene una segunda parte, pero es esta primera la más frecuentemente citada-. No era una conversación en la que estuviese interviniendo directamente, así que me limitaba a escuchar. En este caso, quien la utilizó, lo hacía en un contexto en el que explicaba algo que le estaba ocurriendo. Y de verdad, nada que objetar, el uso era absolutamente razonable. En otras ocasiones, la he oído emplear con esa misma finalidad pero referida a un tercero. Y más de lo mismo. En general en usos tan absolutamente razonables como el de hoy. Pero esta tarde, mientras que seguía mi rutina de calisténicos -no seáis, buscadlo en google si no conocéis ese tipo de ejercicios, que sino no acabamos nunca-, pensaba en que, si creemos en el poder de las palabras, utilizamos está frase con destinos muy por debajo de su verdadero potencial. Porque en realidad enuncia la fórmula de la felicidad. Es fácil verlo: pensad en el «Yo soy yo» pero en términos de ese que deseáis ser. Y en «y mi circunstancia» como el lugar donde realmente os encontráis. Pues bien, voila: la felicidad aparece en los momentos en que ambas cosas se tocan. Ojo: he dicho «momentos». Eso es importante. Entender que no siempre ocurre describe correctamente su funcionamiento.
Ya sabéis: no ocurre nada si no eres feliz todo el tiempo y, si no lo eres en ningún momento, cambia simplemente las circunstancias. Ah! un último aviso para el que lo necesite: si cambiando las circunstancias continua siendo infeliz, que revise la idea que tenga del «Yo». Me da que ahí se encuentra el problema.
Ains. Entradas como esta debería cobrarlas, la verdad.